EL OJO DEL OBISPO LEYENDA DEL QUINCEO Al oeste de Morelia, al pie del cerro del Quinceo, existe un pueblito del mismo nombre, pues allí, en el tiempo de la Colonia, los lugareños sufrían de sed, ya que no tenían agua de manantial y la lluvia era en extremo escasa.
Ante tal calamidad y sabedores que en el convento de San Francisco, en Valladolid, existía un viejo fraile que por ser recto y caritativo y que a todos a los que a él acudían en demanda de algún socorro nunca salían con las manos vacías, tenía fama de que Dios lo oía, y que si él pedía la realización de algún favor, era casi seguro de que lo afectuara, acudieron a él.
Era ese santo varón conocido como el fraile obispo, porque se decía que fue consagrado para tal, pero que por humildad, dando prueba a ella, renunció a serlo, y para demostrar su despego por las cosas terrenas, se enclaustró en en convento Franciscano de Valladolid, dedicándose a la oración y a las labores más sencillas.
Llegó al convento un par de personas del poblado del Quinceo, pidiéndole al superior que les permitiera hablar con el fraile obispo, para que, si se le daba permiso, fuera a bendecir aquellas inhóspitas y secas tierras. El prior dió su consentimiento, y alegres los moradores de aquel lugar, marcharon confiados al Quinceo, acompañados del virtuoso varón.
Llegó, rogando a Dios le permitiera bendecir esas tierras, para que hubiera agua, ya que la gente de allí estaba sufriendo terriblemente por la ausencia de tan vital elemento, empezó a implorar a un Santo Cristo empuñado en su diestra, y al elevarlo, se inició una ventisca que a poco rato se tornó en un remolino, turbando al fraile y a los asistentes. Seguía orando, y a medida que iba repitiendo el nombre de Dios, mayores ventiscas se formaban.
De seguro que alguna fuerza del mal está posesionada de aquí, se decían las gentes.
El fraile, por sus años y por la fuerza del viento, no se pudo sostener de pie, cayó de cara sobre unos espinos y sin poder evitarlo, una púa se le clavó en un ojo, dejándole ciego de inmediato. Al caer el humor vítreo al suelo, se calmaron aquellos vientos huracanados y con asombro de todos los presentes y del fraile mismo, en el lugar donde perdió su ojo, brotó agua fresca y clara.
Desde entonces existe ese manantial que tiene dimensiones de estanque, y que aquellas gentes, en agradecimiento al que lo hizo aparecer, llamaron el Ojo de Obispo.
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